Mosaico de historias | ver siguiente historia

Orígenes del CONFEDI

En 1987 la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de la Plata organizó unas jornadas dedicadas al análisis de planes de estudio de carreras de grado de Ingeniería. Algunos decanos de las unidades académicas de Ingeniería del país se reunieron allí. Fui en representación de mi decano. Es reunión fue una antesala de la formal creación del CONFEDI, que sucedió posteriormente en marzo de 1988.

Como decano comencé a participar en esta institución en el segundo semestre de 1993. En el sur, Fabián Irassar, decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, actuaba como coordinador, aunque el encuentro lo tuvimos en Bahía Blanca en la Universidad Nacional del Sur, que estaba nominada como sede del próximo plenario, el primero al que asistí.

Me integré al trabajo de la Comisión de Interpretación, Reglamento y Relaciones Institucionales, donde con distintas responsabilidades actué hasta 2005. En esta Comisión elaboramos nuestro estatuto, que primero estuvo bajo la coordinación del Ing. Jorge González, decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba y luego del Ing. Horacio Albina de la Universidad Nacional de La Plata.

En el trabajo de esta comisión surgió también la idea de gestar una institución de alcance iberoamericano, que contó con el apoyo de los plenarios y fue concretado por el trabajo de distintos comités ejecutivos.

Los planes de estudio y la proliferación de titulaciones de carreras de Ingeniería eran, entre otros temas, la motivación para constituir esta asociación de decanos. Por eso a comienzos de los años noventa, se realizaron distintos talleres de homogeneización curricular, con el apoyo y participación del Instituto de Cooperación Iberoamericana de España, que posteriormente nos posibilitó gestar la Asociación Iberoamericana de Instituciones de Enseñanza de la Ingeniería (ASIBEI).

Esa actividad se prolongó durante tres años y dio origen al denominado “libro azul” que fue entregado a la entonces Ministro de Educación de la Nación. Tuve yo la responsabilidad de organizar y prologar la segunda edición de este libro en 2001. Esa publicación, a través del marco de formación, de la estructura curricular, de la definición de los contenidos curriculares mínimos, las cargas horarias de los distintos bloques curriculares, la duración y la denominada troncalidad de la carrera, constituyó la base de la organización futura de las carreras de ingeniería y, en función de ello, el aglutinador de las unidades académicas para sumarse a esta tarea de construcción colectiva.

En el plenario de Luján donde se elaboró el “libro azul” se hicieron presentes por perimera vez decanos de universidades privadas; antes solo se hizo presente en representación de las instituciones de gestión privada el Ing. Alcides Rodríguez, vicerrector del ITBA, quien con su conducta y actuar nos demostró la necesidad de integrar dentro de nuestra institución a todas las unidades académicas del país que formaban ingenieros, lo cual quedó finalmente incorporado a nuestro texto estatutario.

Vinculado con la necesaria mejora de las carreras de ingeniería surgió la acreditación de carreras. Esa tarea se concretó en lo que internamente denominamos “libro verde”. Trabajaron muchos en él, pero su artífice principal fue Daniel Morano. El contenido del libro verde, en su esencia fue trasladado a las distintas resoluciones ministeriales, que establecen el marco normativo para la acreditación del conjunto de las carreras de Ingeniería.

Sin duda alguna, el proceso de acreditación de carreras estableció una bisagra en el funcionamiento del CONFEDI, y como consecuencia de ello también en la concurrencia a las asambleas plenarias, que pasó de 50 a más de 100 personas.

Históricamente esta participación demandó una presencia continuada y comprometida en el conjunto de acciones que realizó el CONFEDI; actitud integradora y componedora alineada con la tradición del CONFEDI, en el sentido de adoptar decisiones por consenso. Tal participación fue entendida como una entrega de trabajo, sin ningún tipo de aspiración de trascendencia personal, ya que no se trata de una representación institucional, sino de una actividad donde resulta decisivo el trabajo y la actitud de integración de cada uno, donde no participa el peso y/o trayectoria de la unidad académica a la que pertenece.

Las instituciones perduran y se afianzan en el tiempo, entre otras cuestiones, por el accionar de sus gestores, como también por la del conjunto de sus integrantes. Es por ello que siento la necesidad de expresar el recuerdo y los valores que han dejado entre nosotros, quienes habiendo tenido una larga y comprometida trayectoria en el CONFEDI no se encuentran entre nosotros, me refiero a Nicolás Tassone de la Universidad Nacional de La Pampa, a Claudio Mondada de la Universidad Católica de Salta y, finalmente, a Marcelo Sobrevila, el decano de los decanos, quien con sus “Aportes” decía que nos “provocaba para hacer despertar nuestras propias opiniones dormidas”.

Dejando de lado las reflexiones de tenor histórico, compartiré una anécdota. Sucedió en el plenario de Jujuy realizado en 2004. Allí correspondía aprobar la homogeneización curricular de las carreras de ingeniería del área informática. Cuando llegué a la reunión, ya había comenzado. Daniel Morano, que presidía la reunión, informó que esa parte del debate sería moderado por el responsable de la Comisión de Interpretación y Reglamento. Esa persona era yo y no tenía información previa alguna de que esto iba a suceder.

Entre los asistentes, existía inquietud y algún desacuerdo en cuestiones que formaban parte del proceso de homogeneización. Y esto se contradecía con la tradición del CONFEDI de aprobar por acuerdo unánime los temas incorporados al orden del día de la sesión, sin necesidad de votación.

Tal como se preveía, hubo encendidas defensas de lo que cada uno pensaba sobre los aspectos cuestionados del documento de homogeneización curricular; los presentes requirieron que la decisión se adoptara por votación. Dos o tres asistentes solicitaron la abstención de votar, pero el resto de los asistentes votó afirmativamente. Más allá de las elucubraciones previas, la decisión que adoptó el CONFEDI sobre el particular fue de algún modo unánime.

Concluida la sesión, mis compañeros del Comité Ejecutivo me comentaron que ante la inquietud reinante en instancias previas al inicio de la sesión plenaria, pensaron que era apropiado cambiar la coordinación de la reunión en el tratamiento de este tema y ponerlo bajo responsabilidad de alguien que era totalmente ajeno a la decisión que se adoptara, ya que la unidad académica que representaba no tenía oferta de carreras de ingeniería en el área informática, además de presidir la comisión de interpretación y reglamento en ese momento y haber trabajado en ella durante muchos años.
Pasados diez años de esa circunstancia pienso que, más allá de mi sorpresa, mis compañeros tomaron una decisión adecuada que sirvió para distender el tratamiento del tema que, a priori, aparecía un tanto enrarecido.

Finalmente, y desde lo personal, quiero expresar que estoy convencido que el CONFEDI constituye el ámbito institucional adecuado y pertinente para lograr que la ingeniería argentina alcance los niveles de calidad que el país demanda para alcanzar el ansiado desarrollo sostenido de la nación.

Por Roberto Aguirre

 

Mosaico de historias | ver siguiente historia