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Homenaje a Eugenio Ricciolini

 

El pasado 29 de junio, a los 77 años, nos dejó Eugenio Bruno Ricciolini, el Richo.
El hachazo invisible, aquel inolvidable de la elegía de Miguel Hernández, le pegó duro y con ello nos lastimó a todos los que, en mayor o menor medida, supimos de la experiencia, de la calidez, del equilibrio, del maravilloso humor y de, definitivamente, sus cosas más gratas.
Había nacido en Pompeya, unos años antes de que Troilo y Manzi inmortalizaran el barrio de su infancia en el entrañable Sur.
Hijo de la Educación Pública, una vez recibido de técnico comenzó a trabajar y a estudiar Ingeniería Metalúrgica en la Facultad Regional Buenos Aires de la Universidad Tecnológica Nacional. Con mucho esfuerzo y al cabo de siete años se convirtió en Ingeniero. Fue ayudante de catedra cuando la sede General Pacheco se desarrollaba como Delegación de la Facultad Regional Buenos Aires y funcionaba en la escuela de la empresa Ford. Poco después de la llegada de la democracia, asumió como Decano Normalizador de la Facultad Regional General Pacheco de la Universidad Tecnológica Nacional, donde fue reelecto por varios períodos, habiéndose desempeñado en ese cargo durante 31 años.
Forjador de una vasta trayectoria, su amor y su impulso a la ingeniería, lo llevó a ser socio fundador del Consejo Federal de Decanos de Ingeniería (CONFEDI) en marzo de 1988 y parte de su Comité Ejecutivo desde entonces, único miembro fundador que se mantuvo como socio activo durante 28 años de existencia del mismo, habiendo sido también su Vicepresidente, e ininterrumpidamente Presidente de la Comisión de Presupuesto, Planeamiento e Infraestructura.
Fue un Decano de Decanos, y tuvo un singular reconocimiento, cuando la Asamblea de la 54º Reunión Plenaria del CONFEDI lo designó Presidente Honorario de la institución, como una forma de aprehenderlo, definitivamente, por el resto de los tiempos.
Un verdadero referente entre sus pares, por su vasta experiencia y generosidad; por su trayectoria profesional y académica. Una persona que dio siempre lo mejor de sí, aconsejando caminos a seguir, ayudando, consensuando, intercediendo, equilibrando y brindando su aporte personal y profesional tan particular e inolvidable.
La sabiduría popular, aquella que nutre a tu amado tango y a tu amado Gardel, sostiene que uno muere cuando se muere el último que lo recuerda. Te tendremos por siempre, Richo.

 

Por Miguel Ángel Sosa y Jorge Del Gener

 

 

 

 

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