Mosaico de historias | ver siguiente historia

Historias y anécdotas

 

Durante 12 años logré conocer muy de cerca la Institución: acuden a mi mente una gran cantidad de recuerdos y anécdotas de 25 Reuniones Plenarias, innumerables encuentros de Comité Ejecutivo, creación de ASIBEI, posteriores encuentros de la misma, CAEDIs, Cenas de Camaradería, etc.

Muchas cosas para contar, pero he aquí el problema: cuáles sí, cuáles no. Decidí adoptar el criterio de nuestro querido Jorge H. González, a quien, por algunas eventuales ausencias, debí reemplazar en el habitual brindis de la cena de camaradería. Él me aconsejó: “cuando no sepas que decir, simplemente recurre a tu corazón y expresa lo que sientes en él”.

En mi primer CONFEDI (1996, Luján), con mucho entusiasmo y gran inexperiencia, ofrecí San Juan para el siguiente Plenario, me miraron con indulgencia y me ofrecieron nada menos que organizar el II CAEDI para 1998.

Ese fue un plenario de aprendizaje personal: en el CONFEDI no se vota, se consensúa; en el CONFEDI siempre hay Decanos con mucha más experiencia que la de uno: Jorge H. González con su gran capacidad de trabajo, experiencia y amistad; Roberto Aguirre, meduloso, serio, un gran pensador; César Albina, incansable trabajador de la institución; el adusto, serio y preciso eterno Secretario Permanente, Luis De Marco; el siempre buen humorado y colaborador Vicerrector Académico del ITBA, Osvaldo Micheloud; cómo no nombrar al perpetuo amigo de todos, el transparente dueño de los recursos Richio (Eugenio Ricciolini); la permanente y valiosa colaboración de la Secretaria Ejecutiva Mercedes; años de amistad, lealtad y consejos de Diego Moitre, Daniel Morano, Marcelo Sobrevila, Manuel González…

En ese, mi primer plenario, aprendí que se trabaja tan duro que a algunos nos empieza a vencer el cansancio y comenzamos a tener sueño blanco, cosa que no comprendía al principio hasta que se alargó la reunión porque debíamos concurrir al Palacio Pizzurno, quizás al cuarto día, a presentar el Libro Azul al Ministro de Educación. Ya le había preguntado a Diego Moitre porqué se apoyaba fuertemente tres dedos en la frente durante unos segundos en algunos plenarios, me explicó que era su método para continuar en estado de alerta.

A media mañana comencé a luchar contra el sueño que me vencía. Diego (experto en el tema) comenzó a pellizcarme en la espalda y darme algunos golpecitos. Llegó un momento en el que, advirtiendo que me dormía, intenté apoyarme en el respaldo de la silla de adelante.

Obviamente ya iba dormido en el trayecto y erré el apoyo. Simultáneamente, se cortaron los remaches de la silla que ocupaba un Decano quien se desplomó con fuerte estruendo, lo cual atrajo la atención hacia él y pudo pasar desapercibido mi trastabillar y consecuente situación cómica y vergonzosa.

Continué trabajando desde el llano o como Vocal o Presidente de distintas comisiones, evaluador de la revista, Secretario General, hasta que, por fin, me concedieron el honor de organizar el Plenario XXXII y asumir la Presidencia. Por supuesto, tenían resuelto que cuando llegara el momento en que César Albina me pasara la presidencia comenzarían a cantar “Roberto no asumeee…, Roberto no asumeee…” (Una más de Diego y compañía). Después me contaron que al ver que estaba presente la televisión comenzaron a correr la voz “se aborta, se aborta” y decidieron desistir de la broma que, desde luego, constituía una muestra más de afecto y cariño.

Antes que me sucediera en la presidencia Daniel Morano, los integrantes del Comité Ejecutivo fuimos invitados a un almuerzo en el Regimiento de Granaderos a Caballo. El Teniente General , Jefe del Ejército Argentino en ese momento, no hace falta aclarar que mucho más alto que yo, dispuso que cierto General me entregara una distinción y recordatorio. Para mi sorpresa, cuando nos paramos, el General que me entregó el obsequio tenía mi estatura, por cuyo motivo le susurré al oído durante el abrazo de saludo, “Ud. me da ánimo para continuar aspirando a integrar este cuerpo”.

Obviamente se lo contó al jefe, puesto que éste, en su discurso, explicó que encomendaría confeccionar botas de taco alto y un penacho de mayor tamaño que el estándar para el Ing. Gómez Guirado. Desde luego, mis colegas del Comité Ejecutivo festejaron el comentario con muchas risas (las que aun no entiendo ni asumo y, a la larga, me van a conducir a un psicólogo que considero lo debería pagar Ricciolini).

Por supuesto también ha habido inevitables situaciones complejas, conflictivas y de tensión, que en cada caso han sido afrontadas y resueltas satisfactoriamente, como consecuencia de la seriedad y compromiso con que CONFEDI defiende la Ingeniería Argentina, la institución y sus asociados.

En el CONFEDI encontré amistad, camaradería, disposición para trabajar en equipo, respeto, solidaridad, una Institución despolitizada cuyo único fin es el de trabajar en pos de mejorar la Ingeniería. Hice entrañables amigos que han perdurado en el tiempo. El CONFEDI, todos lo sabemos, con el paso de los años, se constituye en una adicción, inclinación y propensión difícil de dejar.

Ha habido casos en los que algunos Decanos, aún después de haber dejado de serlo para ocupar el cargo de Rector, no perdieron la oportunidad de concurrir al CONFEDI para continuar despuntando el vicio (todos recordamos el caso de Jorge González), o simplemente dejaron de ser Decanos y siguieron concurriendo durante años (Roberto Aguirre, entre otros).

A fines de 2005, tras casi 10 años de asistir a innumerables reuniones y a más de 20 plenarios, llegó el momento de retirarme como Socio Decano. Sinceramente resultó un momento difícil y triste en mi vida. Durante el brindis expresé mis sentimientos y mi pesar por tenerme que alejar. Pude decir lo que tenía en mi corazón.

Al cabo de poco más de 6 años, las vueltas de la vida me permitieron volver a integrar este grupo de amigos. Encontré en 2.012 varias caras nuevas y el grato reencuentro con antiguas amistades, pero el mismo ambiente de camaradería y trabajo.

Me considero un afortunado por ser uno de los pocos argentinos que accedimos al grato placer de integrar el CONFEDI.

Por Roberto Gómez Guirado

 

Mosaico de historias | ver siguiente historia